lunes, 21 de enero de 2008

ALGO DIGNO DE TOMAR EN CUENTA

Escribe San Nicolás Cabasilas (hacia 1320-1363), teólogo laico, griego, en La vida en Cristo, II, 75s
“El Esposo está con ellos” Nosotros tenemos dos maneras de conocer los objetos: el conocimiento que podemos adquirir a través de lo que oímos, y el conocimiento que podemos adquirir por nosotros mismos. Con el primero, no tenemos alcance al objeto mismo, sino que lo percibimos a través de las palabras, como en imagen…; contrariamente, experimentar los objetos es encontrarse con ellos mismos. En la segunda manera de conocimiento el objeto se prende en el alma y despierta el deseo como un rastro a la medida de su belleza…
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De la misma manera, cuando nuestro amor por el Salvador no produce en nosotros nada nuevo ni extraordinario, es evidente que no hay en nosotros nada que tenga relación con las palabras escuchadas sobre él. ¿Cómo podríamos conocer de oídas y tal como lo merece a aquel a quien nada se le asemeja…, aquel a quien nada se puede comparar y que no puede ser comparado con nada? ¿Cómo podríamos conocer su belleza y amarle según la medida de la misma? Pero cuando los hombres experimentan un vivo deseo de amarle, un vivo deseo de hacer por él cosas que superan a la naturaleza humana, es evidente que es el mismo Esposo quien los ha herido. Les ha abierto los ojos a su belleza. La profundidad de la herida da testimonio de que la flecha ha dado en el punto justo; el ardor de su deseo revela quien les ha herido.
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Se ve claro con ello que la nueva Alianza es diferente de la Antigua: antiguamente a los hombres les educaba una palabra; hoy es Cristo personalmente presente quien, de manera indecible, prepara y moldea las almas de los hombres. Si la enseñanza de la Ley hubiera sido suficiente para conducir al hombre a su fin, los actos tan extraordinarios de un Dios hecho hombre, crucificado y que muere, no hubieran sido necesarios. Eso es aplicable también a los apóstoles, nuestros padres en la fe. Habían escuchado las enseñanzas del Salvador, las palabras salidas de su boca; habían visto sus milagros y todo lo que había tenido que sufrir por los hombres, le habían visto morir, resucitar y volver al cielo. Sabían todo eso, pero no se percibió en ellos nada nuevo, ninguna generosidad, nada verdaderamente espiritual, hasta que fueron bautizados en el Espíritu Santo… Tan sólo entonces se encendió en ellos el verdadero deseo de Cristo, y por ellos a otros.
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Que este deseo se encienda para la arena política en cristianos auténticos.

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