martes, 29 de septiembre de 2009

“CREYENTES Y CREIBLES”


La sociedad necesita personas “creyentes y creíbles”, afirma el Papa
Durante la Misa de la fiesta de San Wenceslao

STARÁ BOLESLAV, lunes 28 de septiembre de 2009 (ZENIT.org).- Benedicto XVI afirmó que la sociedad necesita hoy personas “con temor de Dios y coherentes”, en la homilía en la Misa de la fiesta de San Wenceslao, patrón de la nación checa, celebrada este lunes en la explanada de la via Melnik, en la ciudad de Stará Boleslav,

La misa se celebró en presencia de 45 mil personas, entre ellas el presidente del país – a quien el Papa felicitó por su santo - y especialmente un nutrido grupo de jóvenes. Stará Boleslav es el lugar donde san Wenceslao, soberano de los checos, murió mártir a manos de su hermano Boleslao, en el año 935.

Poniendo el ejemplo del santo, el Papa afirmó que “hoy se necesitan personas que sean “creyentes” y “creíbles”, dispuestas a difundir en cada ámbito de la sociedad esos principios e ideales cristianos en los que se inspira su acción”.

Y continuó: “Esto es la santidad, vocación universal de todos los bautizados, que empuja a cumplir el propio deber con fidelidad y valentía, mirando no el propio interés egoísta, sino el bien común, y buscando en todo momento la voluntad divina”.

En el último día de su viaje apostólico a la República Checa, el Papa reconoció la dificultad de este objetivo, pero destacó que los santos muestran que puede lograrse.

Su ejemplo, destacó, “nos anima a los que nos llamamos cristianos a ser creíbles, es decir, coherentes con los principios de la fe que profesamos”.

En su homilía, iniciada con un saludo al Presidente de la República y a todo el pueblo checo en el día de su fiesta nacional, recordó algunos hechos de la vida del mártir.

“El joven soberano Wenceslao se mantuvo fiel a las enseñanzas evangélicas que le había impartido su santa abuela, la mártir Ludmilla”, explicó.

“Siguiéndolas, aún antes de comprometerse en la construcción de una convivencia pacífica dentro de la Patria y con los países limítrofes, se empeñó en propagar la fe cristiana, llamando a sacerdotes y construyendo iglesias”, prosiguió.

También recordó que el mártir, “animado por el espíritu evangélico, llegó a perdonar incluso al hermano, que había atentado contra su vida”.

El pontífice subrayó que este rey santo “tuvo el valor de anteponer el reino de los cielos a la fascinación del poder terrenal”.

Para Benedicto XVI, su lección de vida fue que “no basta, de hecho, parecer buenos y honrados, hay que serlo realmente; y bueno y honrado es aquel que no cubre con su yo la luz de Dios, no se pone delante a sí mismo, sino que deja ver a Dios a través suyo”.

“¿En nuestros días la santidad es aún actual” o “no es más bien un tema poco atrayente e importante?”, se preguntó. “¿No se buscan hoy más el éxito y la gloria de los hombres? ¿Cuánto dura, sin embargo, y cuanto vale el éxito terrenal?”.

“El valor auténtico de la existencia humana no se mide sólo con los bienes terrenales y los intereses pasajeros –indicó-, porque no son las realidades materiales las que apagan la sed profunda de sentido y de felicidad que hay en el corazón de cada persona”.

Además de señalar que el “éxito terrenal” tiene escaso valor, recordó la caída, en el siglo pasado, de muchos poderosos que negaban a Dios.

“Quien negaba y sigue negando a Dios y, en consecuencia, no respeta al hombre, parece tener la vida fácil y conseguir un éxito material –advirtió-. Pero basta rascar la superficie para constatar que, en estas personas, hay tristeza e insatisfacción”.

El Santo Padre destacó que sólo quien tiene “en el corazón el santo “temor de Dios”, tiene confianza también en el hombre y emplea su existencia en construir un mundo más justo y más fraterno”.


“LA ‘SODOMIZACIÓN’ Y ‘GOMORRIZACIÓN’ DEL MUNDO”


¡SODOMA Y GOMORRA, NOS CUESTIONA?
La Constitución de Montecristi fue el ‘caballo de Troya’ a través del cual se infiltraron en Ecuador las ideologías amorales que imperan en el mundo actual. Cuando la Iglesia dio su voz de alarma, el Gobierno dijo todo era cuestión de interpretaciones y que garantizaba que en este País jamás se permitiría la corrupción de costumbres.
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La Iglesia Católica ha sido terminante en su rechazo a la regulación jurídica de las uniones de homosexuales, pues sabe la gravedad de las consecuencias. Lo dice con toda claridad la Sagrada Congregación de la Doctrina de la Fe[1]:
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“Dado que las parejas matrimoniales cumplen el papel de garantizar el orden de la procreación y son por lo tanto de eminente interés público, el derecho civil les confiere un reconocimiento institucional. Las uniones homosexuales, por el contrario, no exigen una específica atención por parte del ordenamiento jurídico, porque no cumplen dicho papel para el bien común. Es falso el argumento según el cual la legalización de las uniones homosexuales sería necesaria para evitar que los convivientes, por el simple hecho de su convivencia homosexual, pierdan el efectivo reconocimiento de los derechos comunes que tienen en cuanto personas y ciudadanos. En realidad, como todos los ciudadanos, también ellos, gracias a su autonomía privada, pueden siempre recurrir al derecho común para obtener la tutela de situaciones jurídicas de interés recíproco.”
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Dos homosexuales tienen los derechos de todo ciudadano, no en cuanto homosexuales, sino en cuanto son ciudadanos. Dos homosexuales pueden comprar una casa, como pueden hacerlo un hermano y una hermana, o dos hermanos, o dos amigos, acudiendo al marco jurídico del Derecho Civil, sin que sea necesario crear una ley especial para ellos. ¿Qué tiene el homosexual por encima del heterosexual para pretender normativas para ellos por el simple hecho de ser homosexuales? Que se acojan al Derecho civil, y punto. 
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Yendo al fondo, lo que se pretende con estas legalizaciones es algo mucho más profundo que “arreglar situaciones patrimoniales”. Dentro de la “agenda homosexual” está: el cambio de las legislaciones de los Estados con el fin de lograr la aceptación de la cultura homosexual; la corrupción de las mentes, sobre todo de las nuevas generaciones; y la destrucción de la familia como obra de Dios.
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Estamos asistiendo a un eficaz intento de corromper las costumbres de toda la raza humana, a una ‘sodomización’ global y una ‘gomorrización’ global, que cuenta con el apoyo de todas las instancias supremas del poder mundano: ONU, OMS, UNESCO… (ejemplo: la Guía de Educación Sexual para el Empoderamiento de los Jóvenes, donde se inicia a los niños de 5 años en el ejercicio de la masturbación, y en “los roles de género y en los estereotipos de género”, es decir, la apología de la homosexualidad). Y todo ello bajo la “justificación” de la “no discriminación” y del “respeto a las minorías”. Pero esto es falso, porque, en primer lugar, no hay discriminación cuando no se le da a una persona los derechos que no le corresponden (una persona joven no tiene por qué sentirse discriminada si se le niega la pensión de la tercera edad); y el matrimonio corresponde por derecho natural, por disposición divina, a un hombre y a una mujer.
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Por tanto, no hay discriminación de nada. Y en segundo lugar, una minoría no merece el respeto por ser una minoría, sino porque sea justa su reivindicación. Y lo que pide esa minoría -equiparar la unión homosexual al matrimonio- no es justo, pues ni tienen los mismos fines (procreación), ni tienen los mismos componentes (hombre y mujer).
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La Conferencia Episcopal Ecuatoriana, por su parte, ha sido también clara en manifestar su rechazo de cualquier regulación de las uniones homosexuales, a través de su Presidente, monseñor Antonio Arregui, en la carta abierta que él escribió a todos los católicos para salir al paso de la mala interpretación que se dio a la propuesta del Episcopado ecuatoriano sobre el tema: “No puede hablarse de matrimonio ni de familia en las uniones que puedan formar personas homosexuales. Esas uniones o asociaciones son contrarias a la naturaleza y, de suyo, estériles. No puede haber un ‘matrimonio homosexual’ ni una ‘familia homosexual’. La moral cristiana considera la práctica homosexual como un grave desorden moral incompatible con la vida de fe, porque contrasta con la ley natural y los mandamientos de la Ley de Dios”.
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¿Tendrá el Gobierno la valentía para rechazar la legalización de las uniones homosexuales y cumplir la palabra que dio a todo el País de defender las buenas costumbres, e impedir que la minoría gay sea la que marque el paso de la política del Ecuador?
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Si el Gobierno no sale al paso de estos hechos, oponiéndose, no puede negar que están contribuyendo a la ‘sodomización’ y ‘gomorrización’ del País, por muy ‘católicos’ que se proclamen.
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Por el P. Alfonso Avilés, Vicario de la Familia de la Arquidiócesis de Guayaquil.